
Para la mayoría de las personas que viven en Florida, el 8 de septiembre de 1565 no tiene tanta importancia y es casi seguro que gran parte de los floridianos ni han escuchado esta fecha. Se refiere a la llegada de Pedro Menéndez de Avilés a lo que hoy es San Agustín en el Estado de Florida. Este momento clave para la historia de Norteamérica es interpretado de múltiples maneras por diferentes grupos. Para la historiografía estadounidense, la llegada de Menéndez es reconocida como el primer asiento europeo en lo que hoy en día es los Estados Unidos de América, pero no se le da tanta importancia porque no cabe dentro del mito fundacional del país.
Mientras tanto, muchos en España e Hispanoamérica tienden a resaltar la obra de España en esta región de Norteamérica, pero nunca van en detalle cuáles fueron las motivaciones y razones porque España se dedicó a esta obra. Finalmente, para los católicos estadounidenses, es recordado como el principio de la Iglesia católica en Estados Unidos y algunas hasta intentan de usarlo para crear un mito fundacional para el catolicismo estadounidense. Cuando ponemos estas interpretaciones bajo examinación histórica, nos damos cuenta fácilmente que estas interpretaciones de estos eventos históricos no enseñan la historia completa o sirven de fundamento para empujar una narrativa política cuyo fin no es celestial sino terrenal.
Si queremos restaurar la cultura católica en Florida, es clave que hagamos hincapié en el legado de la obra civilizacional que llevó a cabo la Monarquía Católica. La historia de la fundación de La Florida es una gran empresa destinada a replicar la Cristiandad en un terreno hostil hacia esta misión tan noble, a transplantar la civilización católica a tierras incivilizadas. La gran misión de cristianizar estas tierras hizo que La Florida fuera una tierra de santos que derramaron su sangre de manera heroica como los grandes mártires de la antigüedad. A pesar de todo ese esfuerzo, esta misión pasó a ser olvidada por casi dos siglos y se volvió en una reliquia de una época antigua frente a la gran máquina protestante, modernizadora e imponente que fue el Destino Manifiesto de la república angloamericana. Este ensayo tendrá como objetivo asistir en el redescubrimiento de esta historia perdida pero maravillosa de esta península que, in illo tempore, fue la frontera de la Cristiandad en América.
Los orígenes de la evangelización de las tierras floridianas empezaron con los descubrimientos y expediciones de don Juan Ponce de León, el Gobernador de Puerto Rico, en 1513. El historiador Michael V. Gannon describe la primera expedición de Ponce de León no como historia, sino como un prefacio1. Esto es porque el viaje inicial no tuvo ningún valor religioso, no se documentó ningún sacerdote que formó parte de la expedición y no hay ninguna evidencia de que se celebró la Santa Misa cuando desembarcaron. A pesar de esto, no le quitó el fervor religioso a don Juan. Cuando llegó a dar pie en la tierra la cual denominó «una isla»2, repitió la misma oración que decía el augusto almirante don Cristóbal Colón (Y que quizás le enseñó a Don Juanpersonalmente): «Todopoderoso y Eterno Señor Dios, que por Tu Sagrada Palabra has creado la tierra y el mar, bendito y glorificado sea Tu Nombre y alabado sea Tu Majestad, y conceda que a través de Tu humilde siervo Tu Sagrado Nombre sea conocido y predicado en esta otra parte del mundo. Amén»3.
La expedición llegó para el tiempo pascual del año litúrgico. Por esta razón, Ponce de León bautizó esta nueva tierra como La Pascua Florida. Luego de este descubrimiento inicial, Ponce de León regresó a España para poder conseguir apoyo para una nueva expedición hacia La Florida. En el año 1514, pudo conseguir el apoyo del rey Fernando V y le instruyó específicamente de «Tratar a [los indios] de la mejor manera posible….buscando de la manera posible convertirlos a nuestra Santa Fe Católica»4. Don Juan finalmente partió hacia La Florida en el 1521 desde Puerto Rico con dos barcos y doscientos hombres. Esta expedición tuvo como propósito realizar la obra de la monarquía misionera en estas nuevas tierras. Por ende, el explorador y conquistador español trajo con él varios sacerdotes quienes serían los primeros sacerdotes confirmados en llegar a esta parte del continente americano. Por desgracia, la expedición de Juan Ponce de León resultó en un desastre cuando las tribus locales atacaron a la expedición de la manera más agresiva posible.
Posteriormente al ataque, Ponce de León salió herido mortalmente y tuvieron que parar en La Habana, donde este noble adelantado suspiró sus últimas. A pesar de esta primera derrota, la Monarquía Católica no perdió su celo y deseo de ver esta tierra evangelizada y volvió a intentar un tanto después. Durante el transcurso de las próximas décadas después de la muerte de Ponce de León, hubo varias expediciones que tuvieron como objetivo conquistar y evangelizar La Florida las cuales acabaron en fracaso. Las dos más importantes fueron las de Pánfilo de Narváez y Hernando de Soto. Narváez trajo con él trescientos hombres y varios sacerdotes incluyendo uno que fue elegido el obispo de La Florida.
A pesar de todo esto, la expedición acabó en un fracaso total y tan solo cuatro hombres (ninguno de ellos sacerdotes) volvieron a Nueva España. Luego de esto, Hernando de Soto decidió empezar donde lo dejó Narváez. Este ilustre guerrero, conocido como el conquistador de las tres Américas por sus campañas en Centroamérica, Perú y La Florida, quiso hacer una expedición similar a la que hizo Francisco Pizarro en el Perú y se preparó para una vasta expedición con seiscientos hombres (entre ellos múltiples sacerdotes encargados de evangelizar a los indios y atender espiritualmente a los españoles), el doble que la expedición de Narváez.
Como César cruzando los Alpes y pasando por toda Galia para civilizar a los celtas, de Soto exploró todo el sureste norteamericano haciendo aliados y enemigos, siempre llevando con él la luz del evangelio y el pabellón de la monarquía misionera. Llegó a un punto donde no había los recursos necesarios para celebrar misa, pero la fe de los conquistadores se mantuvo firme. Hernando de Soto murió de fiebre durante su ilustre campaña después de haber sido el más exitoso hasta eso punto y pudo tener su descanso eterno al ser enterrado por las aguas del río Misisipi.
Lo que quedó de su ejército (trescientos hombres) pudieron volver a Nueva España bajo el comando de Luis de Moscoso. Dos expediciones fallidas y cientos de hombres muertos desmotivaron a las autoridades de hacer otra expedición a esta tierra que se había tragado hasta los más ilustres de la conquista de América. Pero las ambiciones de la Monarquía Hispánica en darle al rey infinitas tierras y a Dios infinitas almas nunca cesaron. El celo de la monarquía en conquistar La Pascua Florida fue revivido con el espíritu tridentino de la época y la amenaza de protestantes llegando a América y destruyendo el proyecto civilizacional católico-hispánico en dicho continente.
La década de los 1560 vio un renacimiento de celo religioso dentro del mundo católico. Con la recién conclusión del Concilio de Trento, los príncipes cristianos estaban ansiosos de poner en práctica el gran contraataque contra la monstruosidad protestante que se había tragada la mitad del continente. El rey Felipe II de España, el mayor de los príncipes de la Cristiandad, fue el más ansioso de estos debido al éxito que estaban teniendo los hugonotes, una secta protestante de línea calvinista, dentro del Reino de Francia. La facción protestante dentro de dicho reino tenía el interés de establecer una colonia en el nuevo mundo que pudiera actuar como un bastión del protestantismo, similar a lo que eventualmente fue la Nueva Inglaterra.
Hubo intentos de colonización como la France Antarctique en lo que hoy es el Brasil, pero lo más preocupante para la Corona Española fue cuando el almirante Jean Ribault, bajo las órdenes del líder hugonote Gaspar de Coligny, desembarcó en las deseadas tierras floridianas y construyó una fortaleza con la intención de establecer una colonia protestante. Para la Monarquía Católica, esto era inaceptable. Una colonia protestante, dentro del territorio cedido a la corona por el Papa y tan cerca de los virreinatos americanos, podría ser una fuente de herejía y discordia en un hemisferio donde se estaba construyendo una nueva civilización católica libre de las herejías del viejo mundo.
Es por esta razón que Felipe II le encargó la tarea de retomar La Florida para la corona al Almirante Pedro Menéndez de Avilés. Pedro Menéndez fue descrito por Aureliano Fernández-Guerra como «el más excelente y atrevido marino del siglo XVI»5 y esta reputación es muy bien merecida. Desde los catorce años, Menéndez había luchado contra piratas y corsarios por las costas de Francia y hasta fue responsable por la muerte de uno de ellos. Su fama como navegante fue tan conocida que luego se le hizo caballero de la Orden de Santiago y capitán general de las flotas de Indias a sus treinta años, también llegó a ser almirante de la flota del Virrey de Perú y de la flota encargada de llevar a Felipe II a Inglaterra tras su matrimonio con la reina católica María I Tudor.
Ya para el 1565 tenía una buena cantidad de experiencia en América y luchando contra los franceses, lo cual le hacía perfecto para esta nueva expedición para el trono y el altar. El rey le concedió el asiento real a la expedición lo cual la hacía explícitamente misionera. El rey declara: «Teniendo en mente el bien de la salvación de esas almas [indias], [...] hemos decidido dar la orden de enviar religiosos para instruir a dichos indios y a las personas que son cristianos y nuestros súbditos, para que puedan vivir y hablar con los nativos que pueden habitar esas tierras y provincias de la Florida, y para que [los indios] por asociación y conversación con ellos, podrían ser enseñados más fácilmente nuestra Santa Fe Católica y ser conducidos a buenas prácticas y costumbres y a un comportamiento perfecto»6.
El rey también le concedió a Menéndez el título de adelantado por lo cual tenía el poder absoluto dentro de La Florida. El título de Adelantado no fue una mera designación de gobernador sino el revivir de un concepto de la reconquista con fuentes profundas en el derecho romano. El adelantado consistió en la unificación de las posiciones de Præses Provinciæ (gobernador civil de provincia) y Præfectus legionis (prefecto militar), los cuales tenían sus orígenes en la República romana y continuaron existiendo en los reinos hispánicos. Con el dominio de la esfera militar y civil y con el mandato de traer la luz de los evangelios a los indios y destruir la amenaza protestante, Menéndez zarpó desde Cádiz hacia La Florida con 1,100 hombres, la expedición floridiana más grande hasta ese punto.
El viaje fue difícil y la tripulación tuvo que pasar por muchas tormentas que pudieron haber acabado con la tripulación. Llegó un punto en que Pedro Menéndez se separó de la flota. A pesar de eso, pudieron llegar a las Indias con éxito y la flota se volvió a reunir. El Padre Francisco López de Mendoza cuenta que: «Fuertes gritos de alegría resonaban por todas partes, [...] y le dimos gracias al Señor que nos había permitido encontrarnos de nuevo, pero sería imposible para mí decir cómo sucedió todo»7. Luego de esto, la flota se detuvo en Puerto Rico para recoger provisiones. Durante su estancia en dicha isla, Menéndez dudó de que pudiera continuar, ya que los refuerzos prometidos desde la metrópoli no habían llegado. Luego de discernir, decidió seguir adelante con el apoyo de sus soldados. En su recuento de los hechos, Gonzalo Solís de Merás dice:
Viendo que la gente que estaba con él eran personas de mucha confianza y valentía, a pesar del hecho de que muchos de los soldados no estaban entrenados, convocó a todos los capitanes a un consejo, y les dijo que no había tomado esa expedición bajo su cargo por vanidad o interés personal, sino para el honor de Dios, quien ya parecía estar manifestando sus misericordias, ya que para mostrar su mano visiblemente, Él había permitido que la flota poderosa que zarpó de [España] llegara cerca de Florida en condiciones deterioradas para que el éxito de cualquier acción famosa podría ser lograda debe atribuirse a él. Confiando en la Divina Voluntad, dijo, él lo consideró apropiado que ellos deberían navegar de inmediato hacia Florida, sin esperar o buscar más ayuda8.
Luego de viajar por las Bahamas, finalmente pudieron ver tierra floridiana en lo que hoy en día es Cabo Cañaveral el día 28 de agosto, día festivo de San Agustín de Hipona. Al ver que llegaron, los tripulantes se arrodillaron y cantaron el Te Deum como acción de gracias a Dios por haberlos dejado llegar a esta tierra tan deseada. El Padre López le procedió a dar gracias a Dios y a la Santísima Virgen. A pesar de esta celebración, la victoria no estaba consagrada todavía9. Los franceses no estaban por ningún lado por lo cual Menéndez decidió navegar más al norte. Luego de subir la costa, Menéndez encontró un puerto natural que serviría como la base para el poblado que él bautizó como San Agustín. Pero antes de poder desembarcar, los españoles encontraron unos barcos franceses.
Muchos del Consejo de militares le pidieron a Menéndez que se retirara, pero el valiente almirante rechazó cualquier tipo de concesión a los herejes. A pesar de estos miedos, la confrontación con los franceses no llegó a nada y se decidió volver al puerto natural para finalmente tomar posesión de esta tierra que se había tragado a Juan Ponce de León, Pánfilo Narváez y Hernando de Soto. Después de varios días analizando la tierra alrededor y construyendo un pequeño fuerte, Pedro Menéndez de Avilés desembarcó en La Florida con banderas flameando y trompetas sonando. Lo primero que hizo el almirante antes de tomar posesión de esta tierra fue arrodillarse y besar una cruz10.
Luego de esto se celebró una misa solemne dedicada a la Natividad de la Virgen María, el día festivo de ese día. Esta fue la famosa primera misa en Norteamérica lo cual significó el triunfo de la Cruz después tantos castigos y martirios. Menéndez decidió nombrar el punto de desembarque «Nombre de Dios» y no tanto después se construyó una capilla donde se puso una estatua de la Virgen de La Leche, lo cual serviría como la base del santuario mariano más antiguo de Norteamérica. A pesar de todo este progreso, Menéndez no podía gobernar en paz hasta que se eliminara la amenaza de herejía encarnada en los hugonotes franceses al norte de ellos.
Con el deseo de proteger a las almas de esta nueva sociedad de cualquier tipo de error anticristiano, Menéndez marchó hacia Fort Caroline para poner fin a dicho asentamiento. Cuando llegó, ejecutó a todos los hombres del fuerte pero no a las mujeres y niños. Estas acciones han sido severamente criticadas por algunos historiadores, pero es importante tomar en cuenta de que Menéndez no podía mantener una población tan grande dentro de su dominio por la falta de recursos, más los problemas que se crearían teniendo una población tan drásticamente diferente y no confiable que pudiera comprometer el bien común de San Agustín.
Pedro Menéndez de Avilés tuvo que decidir entre el bienestar de sus habitantes o aceptar a una población nueva al costo de hambruna e inestabilidad social, fue una medida drástica pero necesaria. No tanto después, encontró al infame Jean Ribault naufragado enun río con sus compañeros. Menéndez aceptó su rendición incondicional y mandó a ejecutar a Ribault y sus colaboradores. A los franceses que eran católicos, infantes o tenían conocimientos valiosos se les ofreció un perdón si rechazaban a su antiguo jefe y se unían al proyecto de la Monarquía católica en estas tierras, un total de diecisiete hombres de Ribault se unieron aMenéndez.
Ribault y lo que quedaba de su tripulación fueron ejecutados ahí mismo, acabando con el protestantismo en La Florida. Con esta victoria, Pedro Menéndez y su ejército marchó hacia San Agustín de manera victoriosa. Menéndez pudo gobernar la colonia por 9 años después de eso, falleciendo en Santander en el 1574. Gracias a las obras y campañas de este almirante invicto, la obra de la monarquía católica se mantuvo interrumpida por más de 198 años. Se pudo crear un gran sistema de misiones y conventos que tenían como objetivo formar a los indios en la religión católica lo cual tuvo gran éxito. Sacerdotes y laicos llevaron la bandera de la cristiandad por todo el continente desde su sede en San Agustín, iluminando las tierras de alrededor con la luz de los sagrados evangelios como Virginia en el norte y Tejas en el oeste. Fue durante esta época que se podía decir verdaderamente que La Florida, tierra de evangelistas y mártires, fue la frontera de la Cristiandad.
Michael V. Gannon, The Cross in the Sand: The Early Catholic Church in Florida, 1513-1870 (Gainesville: University of Florida Press, 1965), 1.
Ibíd.
Ibíd., 2.
Ibíd.
Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, El Fuero de Avilés: discurso leído en Junta pública de la Real Academia Española para solemnizar el aniversario de su fundación (Madrid: Imprenta Nacional, 1865), 15.
Gannon, The Cross in the Sand, 21.
Ibíd., 23.
Ibíd., 24.
Ibíd., 25.
Ibíd., 26.